martes, julio 31, 2007

PERFIL

En versión minimalista, suele situarse como nacido en la primera mitad del siglo pasado. En versión rigurosa, la venida al mundo ocurrió en la ciudad de Buenos Aires, con tranvías a diez centavos, bares automáticos y cines donde se sufría en blanco y negro con “Días sin Huella”, un 19 de diciembre de 1945. En Hiroshima aún humeaban rescoldos y una pueblada incruenta, sudorosa e ingenua había ya elevado a pulso a un coronel hasta el balcón fatídico.

Para los horóscopos, es sagitariano y gallo de madera. Pero su animal totémico podría resultar el búho, pensativo y trasnochador. Aterrizó en un hogar de la clase media urbana con biblioteca, estorbo doméstico común por entonces y que siempre habría de ocupar un lugar en su vida.

Vistió un primer uniforme blanco con moño a pintitas en un jardín de infantes de la calle Bolívar, donde descubrió las inquietudes del amor, probablemente no correspondido. Por ese tiempo aprendió a leer sobre el “Upa”, a instancias de hermanos mayores hartos de recitarle el Billiken. Conoció luego de guardapolvo la primaria de Piedras y Garay, época en que comenzó a frecuentar irrevocablemente los libros. Con Silvio Maresca, después director de la Biblioteca Nacional, discutía acerca de la superioridad de Salgari sobre Verne, adelantando así cierta vocación por la defensas difíciles.

Tal como fue bautizado, también resultó catecúmeno de la parroquia que aún preside Pedro González Telmo con un barquito en la mano. Un día, yendo al catecismo, presenció un duelo a cuchillo en la puerta de una peluquería en la calle Humberto I. Le despertó inmediata simpatía el que marcó al otro en el carrillo. Pudo también espiar, admirativamente, desde la vidriera de un café de la calle Defensa, junto con otros aspirantes al comulgatorio, al Pibe Villarino, el chorro más famoso del barrio y del país. Pese a estas desorientaciones, ingresó como chico bueno al Nacional Buenos Aires, donde sufrió el “mal del colegio”, que describe en otra parte. Allí continuó las andanzas entre libros –su viejo le había descubierto la Biblioteca Nacional de la calle México, cuyo tenderete de cartones con números, que advertían cuando llegaba el volumen pedido, le recordaba la lotería, en onda con el destino originario del edificio. Como estudiante intervino, de paso, en los alborotos de la época, desde laica y libre en adelante, inaugurando una inquietud política que lo haría aparecer fluctuando entre el anarquista de derecha y el reaccionario de izquierda. Pasó luego por la Facultad de Derecho de Figueroa Alcorta, sesteando sobre los libros de texto y acumulando, al pasar, un vasto saber lateral y, probablemente, inútil. De sus proyecciones como abogado, escritor, periodista y profesor informa el sitio. Sobre sus experiencias de paracaidista malogrado y ciclista que rodaba martes y jueves en los pelotones dejaremos que crezca la leyenda.
Casado, suele definirse sin más datos como monótono monógamo.

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