Este post es higiénico e insiste en pasarles alcohol en gel y lavandina virtual concentrada a tanta estupidez virósica que se cocina por allí. El virus no es ni hace política, ignora las ideología, se resiste a encasillamientos metafísicos y no profesa ni sirve a religión alguna. No podríamos atribuirle un ser o finalidad moral. SARS-Cov-2 no se preocupa mucho por quienes dicen que no lo merecíamos y de quienes, por otro lado, afirman que bien merecido lo tenemos. Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios lo han acarreado. Viene de la Naturaleza, a la que muchos negaban entidad y existencia. Esa Naturaleza que escamoteábamos y que a veces asoma para indicarnos que permanece ahí, que no es absolutamente manipulable y que la técnica no la ha domado del todo todavía. Las voces del tiempo decían que somos dueños de nuestro cuerpo, aunque tal proclamación sólo comprendía a la mujer y callaba la posibilidad de ese dominio por el varón. Ahora comprobamos que nuestro cuerpo no siempre es nuestro, ya que el bicho coronado reclama su cuota. Aseguraban que nada era superior a la dignidad humana en clave kantiana -el hombre un fin en sí mismo; nunca un medio para otro fin- y ante la cara de hereje de la necesidad comienzan a separar a los que están -estamos- de más, sobramos y no merecemos una cama hospitalaria si el caso llega -moral utilitarista benthamiana que nunca se había ido del todo. Voceaban que todos tenemos el derecho a tener derechos extensibles al infinito, sin necesidad del Derecho. Ahora no nos dejan salir de casa, caminar por la calle, tomarnos un cafecito en la esquina, con el mismo discurso de antes, en nombre del estado de excepción (¿anda por allí un Schmitt implícito, despojado del habitual olor a azufre?). Proclamaban que la sociedad paternalista relegaba a designio a la mujer, exigiendo la estricta igualdad, y ahora que se ve que los hombres somos genéticamente más propicios a contraer el coronabicho, ninguna Erinia feminista reclama por esa desigualdad rampante. Chomsky nos asegura que todo esto es un complot anti chino gestado en los EE.UU., y del otro lado nos afirman que el SARS-Cov-2 fue envuelto en pañales en un laboratorio chino enclavado en Wuhan. Los profetas del globalismo anunciaban un mundo unificado, sin puerta ni muros, cruzado de puentes y animado por John Lennon cantando "Imagine". Ahora ponen caras de serios y nos instan a cerrar fronteras nacionales, provinciales y municipales y recluirnos en la familia. Nos gustaría saber quién diseñó este pandemónium pandémico. Pero sólo hay un virus. Lo demás lo estamos poniendo nosotros.
Y nos repetimos un poco:
Un virus es un villano en estado puro. Un villano
difícil de prontuariar, ya que se discute ante todo si es o no un organismo
vivo. Los virus no tienen células, como
todos los demás dominios de la vida (animales, plantas, hongos,
bacterias). Pero, como los seres vivos, se desarrollan y reproducen, aunque
sólo después de introducirse por la fuerza en una célula, a la que secuestra su
metabolismo, infectando al organismo invadido mediante su reproducción. Vivos,
no vivos o quien sabe qué, los virus, y especialmente el que se identifica como
SARS-Cov-2, coronavirus, que da lugar a la Covid-19 y se dispersa por el
mundo como pandemia, nos meten miedo. El
miedo, junto con la agresividad, el hambre y el sexo, es una de las pulsiones
fundamentales del ser humano -según Karl Lorenz. Fenómeno primordial de la
existencia, resulta la más elemental de las emociones. Pone en evidencia
la condición inacabada y menesterosa de la vida humana, nuestra natural
inseguridad ontológica. Junto con el deseo y el poder -afirma Guillermo Vidal- constituye uno de los
titanes del alma humana. Hobbes, que según su propia confesión vivió bajo
el miedo intelectual, afirmaba que el temor -la aversión a sufrir un
daño-, en sus dos formas del temor ante la muerte y el temor del futuro,
lleva al hombre a buscar la protección del poder político, a cambio de rendirle
obediencia, aunque esta relación no elimina nunca el temor, en la
medida de que la violencia permanece latente en el corazón de cada
sociedad. El miedo no es sonso, porque nos ayuda a reconocer el peligro, pero
se vuelve estado peligroso cuando su intensidad nos lleva al retraimiento y la
parálisis, por un lado, o a la sobreactuación en la huida hacia adelante, por
otro. Estas dos reacciones son las que
no nos convendría que ocurriesen a raíz de la pandemia, tanto en el público llano como en la dirigencia. El miedo
a las epidemias, pestes, plagas y demás malaventuras de salud, está inscripto
en la memoria de la especie. El miedo se agrava porque, en esos casos, el
causante y transmisor es invisible. Lo que suele dar lugar al fenómeno
colectivo de buscar chivos expiatorios con rostro humano, a quienes
atribuirles la responsabilidad de la propagación del mal. Alessandro Manzoni,
en la Storia della Colonna Infame, describió la
persecución, durante la peste que asoló la Lombardía en 1630, a los
"untores", que supuestamente difundían la plaga distribuyendo
apósitos con un ungüentos o polvos malignos. Muchos terminaron en el patíbulo.
Este tipo de reacciones, descriptas hace más de un siglo por Gustavo Le Bon, se
reflejó ahora, por ejemplo, en las
diatribas a los chinos de los supermercados recogidas en su momento por
los medios.
A falta de poder echarle la culpa a alguien del
Covid-19, los gobernantes intentan -tarde- ponerse al frente de una guerra al
virus, que naturalmente ganará el virus, inmune a los discursos y a las
campañas de marketing, y muy capaz de trasponer barreras y fronteras. No
habiendo por ahora vacuna o medicamento que sea efectivo contra el coronavirus,
lo mejor que puede hacerse es reforzar hasta el límite de lo posible el sistema
sanitario para asistir a los infectados, y multiplicar las medidas de
prevención para evitar el colapso. En otras palabras, reducir los daños
mientras se espera, de acuerdo con la experiencia acumulada, que la curva de la
enfermedad llegue a su máximo, se amesete y luego decrezca. Esto implica
una disciplina social y un ejercicio de la responsabilidad cívica inusuales
entre nosotros. Pero aquí funciona otra vez aquello de que el miedo no es sonso
y todos y cada uno comenzamos a contribuir a la obtención un bien común, la salus
publica, deponiendo el individualismo feroz que desparrama la ideología
del tiempo. Salus que alcanza aquí su doble significado, de salud y de
salvación. Los gobiernos no se adelantaron en eso a los ciudadanos, sino que
han ido a la zaga del sentido común de multiplicar el lavado de manos. Los
gobiernos, el nuestro incluido, ejercen mediante mandatos de cuarentena,
aislamiento obligatorio, internación forzosa y otras compulsiones necesarias,
su aparente soberanía. Soberano es el que decide sobre el estado de excepción,
enseñaba Carl Schmitt. No cabe duda que el Covid-19 plantea un estado de
excepción casi planetario. Pero el soberano no es ni el presidente, ni el rey,
ni el primer ministro. La que se manifiesta soberana en el caso es la
Naturaleza, que ha dado lugar a la nueva manifestación viral, detrás de la cual
corren los conductores políticos, y todos nosotros a la zaga. El coronavirus
actual es un pariente del SARS que emergió en Asia en 2003. Un coronavirus, a
través de la mutación y de la recombinación genética, se ha mostrado más apto
que otros virus e hizo acto de presencia en el 2020. Después vino el murciélago,
el ignoto animal intermediario y el paciente humano 0 en Wu Han. Como no puede
faltar el conjuracionismo en toda crisis, hay quien dice que ese proceso previo
se dio en un laboratorio norteamericano, trasladándose a China por la
delegación del ejército de los EE.UU. que participó de los Juegos
Mundiales Militares celebrados en octubre de 2019...en Wuhan. Por otro lado,
hay quien afirma que fue en un laboratorio chino de alta bioseguridad, nivel P4
(el más alto del ramo), especializado en cepas virales, inaugurado el 23 de
febrero de 2017 con la presencia del primer ministro francés Bernard Cazeneuve
(Francia contribuyó a la obra) sito… en Wuhan. En estos casos, conviene
seguir el higiénico precepto de la “navaja de Occam”: no hay que multiplicar
los entes sin necesidad para comprender las causas de un fenómeno, más allá de
la experiencia directa del fenómeno mismo. Y lo que nos dice la experiencia del
fenómeno pandémico es que la soberana resulta la denostada y aún negada
Naturaleza, a veces inclusive caricaturizada, como lo hace Greta Thunberg. Si
todo nuestro ahinco, expuesto aún a la infección y a la muerte para quienes
–médicos, enfermeras, personal de salud en general- se mueven en la brecha,
está puesto en aplanar la curva “natural” de la peste y atenuar sus daños, la
metáfora de la guerra (la OMS ha calificado al coronavirus como “enemigo de la
humanidad”) resulta errónea, pues se trata de una contienda perdida de antemano.
Nuestros gobernantes, pues, no deben
sobreactuarse como mariscales de los ejércitos de la humanidad, sino aceptar la
más modesta, ineludible, y por eso mismo noble misión de reducir las bajas,
socorrer a los enfermos, proveer a los necesitados. Nada menos, pero asimismo
nada más, es la tarea que ha caído sobre sus espaldas, y sobre cada uno de
nosotros poner en el hombro en la empresa, en la mayor medida de nuestras
posibilidades.-
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