viernes, enero 20, 2017

Santo Súbito



La canonización relámpago o panteonización de alta velocidad que las grandes cadenas informativas han ido desarrollando desde días atrás respecto de Barack Obama -así como la progresiva puesta en valor candidateable de su esposa Michelle- culmina en estos momentos en que veo entrar en la Casa Blanca a Donald Trump y su mujer, antes de marchar ambos, el saliente y el entrante POTUS, hacia el Capitolio, me han producido y producen una marea de fastidio que indica la necesidad de no postear in extenso por ahora, buscando al efecto futuras y más calmas ocasiones.  El "velo de ignorancia" que usualmente nos mostraba a la prensa como un sitio de relativa imparcialidad, ha caído por completo desde la campaña y posterior victoria electoral de Trump, hasta un punto que sorprende aun a aquéllos que con el tiempo hemos ido desarrollando un instrumental para precavernos de la habitual manipulación que atraviesa el sector informativo. Asoma el rostro de la Gorgona del poder y del desprecio por las mentalidades que se consideran imbéciles, retrógradas y condenadas a la "espiral del silencio".  Separo la anécdota de la categoría, la persona de Trump del fenómeno mucho más vasto que lo arrastra y supera las fronteras de su país. El coro de plañideros del cambio y alabanciosos del saliente, elevado a "santo súbito", es tan compacto y recurrente que aburre y abruma. "Post-truth: art of the lie", que se traduce como:  la única verdad posible es la que yo miento desde mi trono mediático.  Y el resto no sólo engaña o acepta estúpidamente la mentira, sino que sólo puede ser objeto de desprecio: los "deplorables". Chantal Delsol -"Populismos, una defensa de lo Indefendible"- dice bien: "no conozco una brutalidad mayor, en nuestras democracias, que la utilizada contra las corrientes populistas. La violencia que se les reserva excede todo límite. Se han convertido en los enemigos mayúsculos de un régimen que pretende no tener ninguno. Si fuera posible tal cosa, clavarían a sus partidarios en las puertas de las granjas". Esta intolerancia absoluta resulta la respuesta manifiestamente errónea a la rampante pérdida de credibilidad de la clase política, intelectual, empresarial, sacerdotal, de nuestra época. Tengo en claro cuál es el talón de Aquiles de la reacción populista, especialmente en lo que se refiere a la capacidad de gobierno sobre situaciones complejas, porque parte de una visión hipersimplificada de la realidad y  suele fracasar y fragmentarse ante los obstáculos puestos por los poderes financieros, las burocracias, el show-bussines y los mandarinatos intelectuales dominados por la progresía. A lo que se añaden los problemas surgentes de liderazgos que tienden a ser monolíticos. De todos modos, en el gris panorama actual de uniformización monocolor y discursos de expertocracia, en el pantano adonde conduce la destrucción de todo límite y el hachazo a todo arraigo, frente a la exaltación de un monoteísmo individualista exacerbado en que desemboca la modernidad, la reacción populista es la única que altera por el momento las reglas de juego impuestas e introduce, sin necesidad de dejarse sugestionar por ella, una bocanada de aire fresco  en las miasmas del anegamiento. Mientras tanto, observo con distancia y una punta de mordacidad, la santificación de Barack Obama -o Barry Soetoro, según los malignos rebuscadores de archivos.
 

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