La vida de Agustín de Foxá es de esas que se urden con leyendas, se recogen en novela y, con el tiempo, se van deshilachando en anécdotas cada vez más imprecisas. Conde de Foxá y marqués de Armendáriz, nació en 1903, en Madrid. Se autorretrató de este modo: "gordo, con mucha niñez aún palpitante en el recuerdo. Poético pero glotón. Con el corazón en el pasado y la cabeza en el futuro. Bastante simpático, abúlico, viajero, desaliñado en el vestir, partidario del amor, taurófilo, madrileño con sangre catalana". Periodista, diplomático, autor teatral, novelista, académico y poeta. Su vena periodística , que también lo llevó a ser corresponsal de guerra, se volcó sobre todo en el "ABC", y dejémosle otra vez la palabra para definir ese entre sus tantos otros oficios: "La actualidad es nuestra frágil rosa/en una hora fresca y marchitada./Lo que el lunes fue luz, martes ya es sombra,/que el suceso es el pez en nuestras mallas". En su tarea de corresponsalía trabó amistad con un espíritu afín, el florentino Kurt Erich Suckert, más conocido como Curzio Malaparte. En "Kaputt" y en "La Pelle" aparece la figura del español retratada con benevolencia o distancia según las peripecias de su relación. También fue gran viajero como diplomático, quehacer que lo trajo también a Buenos Aires, entre 1947 y 1950. Fue amigo de José Antonio Primo de Rivera y falangista de la primera hora. Con las reservas sobre la autoría que cabe a toda creación colectiva, se atribuía los dos primeros versos de aquella canción que algunos de mi generación también a veces cantamos: "cara al sol/con la camisa nueva...". Su única novela, "Madrid de Corte a Cheka" -rastreable por Internet- es testimonio de aquel "mar rojo" -como lo llamó Wenceslao Fernández-Flórez- en que se había convertido la ciudad, pero sobre todo ejercicio de una escritura originalísima e imperdible.
De todos modos, donde Foxá sobresalió fue en la conversación y en la réplica filosa. Aquí la leyenda hace y deshace a voluntad. Como funcionario de Relaciones Exteriores, le toca desempeñarse bajo el mando de un personaje conocido por su devoción. Decía nuestro conde, entonces, que trabajaba para el "Monasterio" de Relaciones Exteriores. Y siendo común en su jefe llegar tarde a las reuniones que convocaba, justificábalo por el hábito de aquél de "ir de curas". En las tertulias de que era centro y animador se recogió la frase: "hagamos de España un país fascista y vayámonos todos al extranjero". De frac, con su físico balzaciano, acompañó a Evita en su paso por España. Había que rodearla de atenciones, claro está, pero las observaciones de nuestra jefa espiritual podían ser, como otros muchos testimonios aseguran, algo chocantes. Parece que Evita comentó que el papel higiénico español era mucho más áspero que el argentino, a lo que el gordo Foxá, solemnemente, replicó: "Señora, si ese es el ojo con el cual usted nos ha estado viendo estos días, comprendo que cualquier cosa le resulte desagradable". Estos dardos produjeron incidentes diplomáticos en los distintos destinos que recorrió. En compensación, también se permitía síntesis esculpibles: "Roma nos trajo el árbol ya preso en la columna, sometida el agua salvaje al acueducto y el grito al alfabeto". Eugenio D'Ors la habría hecho glosa. Torrero: ¿y el Espíritu Santo? Aquí hay dos versiones que dejo al lector del post. Según una de ellas, cansado de que algunas decisiones del Caudillo se atribuyesen a inspiraciones de la paloma símbolo del Espíritu Santo, y según otros harto de que algunas proclamaciones terrenales del Papa se imputasen a igual Persona, dictaminó: "pues si esas cosas se las inspira la paloma del Espíritu Santo, yo me hago del tiro al pichón".
Corresponde cerrar con un fragmento de su extraordinaria "Melancolía del Desaparecer":
Y pensar que,
después que yo me muera,
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera
indiferente a mi mansión postrera
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata
cuando aún cantaba Dios bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja;
que he de marchar yo solo hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
aún surgirán mañanas luminosas,
que bajo un cielo azul, la primavera
indiferente a mi mansión postrera
encarnará en la seda de las rosas.
Y pensar que, desnuda, azul, lasciva,
sobre mis huesos danzará la vida,
y que habrá nuevos cielos de escarlata,
bañados por la luz del sol poniente
y noches llenas de esa luz de plata,
que inundaban mi vieja serenata
cuando aún cantaba Dios bajo mi frente.
Y pensar que no puedo en mi egoísmo
llevarme al sol ni al cielo en mi mortaja;
que he de marchar yo solo hacia el abismo,
y que la luna brillará lo mismo
y ya no la veré desde mi caja.
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