Llevo casi cincuenta años de abogado y, por lo tanto, creía estar ya alambrado respecto de las demasías y sinsentidos adonde nos puede llevar la ignorancia forense -una ignorancia que casi siempre se ignora a sí misma, peligrosamente, y suele rodearse de una emulsión de jerga más o menos técnica, que sirve para que el profano no llegue de inmediato a la convicción de que se encuentra ante el discurso de un cretino fosforescente. Me ha señalado mi error un fiscal de Nogoyá, Federico Uriburu, que ha despachado una imputación contra la priora de un convento de carmelitas de Nogoyá, por privación ilegal de la libertad, torturas y -eventualmente- reducción a servidumbre. Todo comenzó cuando, tiempo atrás, una ex novicia que abandonara el mismo convento relatara a un periodista de un medio de la localidad que durante su postulantado y noviciado había sido inducida a aplicarse cilicios y golpes de fusta, a modo de tortura, a ayunos y a reglas de silencio y a una presión moral para no abandonar la comunidad. Indicó, además, que buena parte de la comunidad estaba formada por hermanas ingresadas a los dieciséis años, obligadas a permanecer en un estado mental de casi retraso. No hubo una denuncia penal, y el periodista consumió dos años en lo que llama una "investigación", donde se contactó con otra ex novicia que había permanecido poco tiempo en el convento. Sacudida la modorra entrerriana con este regalito, el fiscal decidió salir en son de guerra de su covachuela y lleno de santo horror procedió a allanar de madrugada el convento con una considerable fuerza policial. Las monjitas le entregaron de entrada los elementos que utilizaban para sus disciplinas, pero el prosecutor no se sació, exigiendo interrogar in situ a la priora, la que le pidió unos momentos para comunicarse con el obispo. Nuestro perro de presa, demostrando que con el ministerio público no se juega, hizo reventar a patadas la puerta del despacho monjil. Luego se revisaron puntualmente todas las celdas y se procedió a un examen médico de las hermanitas, no facilitado por ellas ni, especialmente, por la priora, según el mastín fiscal alcanzó a gargarizar. Otra queja se le escapó: en efecto, revisó cuidadosamente la biblioteca, encontrando en ella libros de teología y devoción pero, según le escuché, no se topó con ningún manual de tortura. ¡Vaya uno a saber, Uriburito, en qué oculta madriguera estas reverendas guardan escondido el Malleus maleficarum!
A partir de ahí se desencadenó lo que los italianos llaman, precisa y concisamente, un "putiferio". Todo noticiario de la tele debatió el problema de las torturas "medievales" en la más oscura "noche de ignorancia". La monja de Monza y las endemoniadas de Loudun parecieron criaturas de pecho al lado de las hermanitas de Nogoyá y sus espectáculos sado-masoquistas. Apareció en pantalla el párroco, no por cierto un Urbano Grandier -para seguir con Loudun- sino casi, casi, un bienaventurado pobre tipo. El obispo se manejó prudentemente, pero la jauría ya estaba desatada, mostrando sus colmillos babeantes. Algún jurisclasta emitió un dictamen condenatorio antes de cualquier juicio, como es del gusto abolicionista, y sólo quedó esperar que otro manchón de sangre cubriera la pantalla del televisor para hacer caer en el olvido la versión nogoyense de las 50 sombras de Grey al alcance del cotorreo cotidiano que aparecía en las noticias.
No diré mucho del caso, un curioso delito sin víctimas, ya que las que están en el monasterio dicen amar ese modo de vida y las que hablaron con el periodista están y estaban libres. La regla carmelitana debida a santa Teresa de Ávila es del siglo XVI, no del Medioevo, y se funda en un trípode: oración, mortificación y humildad. Hay que leer "Camino de Perfección" o "Las Fundaciones" para advertir qué senda marcó la iniciadora, por donde discurren sus continuadoras en la orden. Las mortificaciones son del espíritu y del cuerpo. Se comienza por las primeras, ya que de otro modo, dice la santa doctora, toda penitencia corporal resulta estéril y baldía. Justamente, Teresa advirtió contra todo exceso penitencial: "el demonio -dice en el "Camino"- tienta aquí de indiscretas penitencias para quitar la salud y no le va poco en ello". La ascesis, después de todo, significa literalmente ejercitación, como la del atleta. Y cada uno, deportista o monje, tiene su olimpíada.
Puede ser que todo esto no vaya con el tiempo, que cueste entenderlo y hasta que humanamente no se acepte. Pero alguien que dragonea de oficiante del ministerio público debe conocer, al menos, el artículo 19 de la constitución nacional:
"Las acciones privadas de los hombres que de ningún modo ofendan al orden y a la moral pública, ni perjudiquen a un tercero, están sólo reservadas a Dios, y exentas de la autoridad de los magistrados. Ningún habitante de la Nación será obligado a hacer lo que no manda la ley, ni privado de lo que ella no prohíbe
"Exentas de la autoridad de los magistrados". Las acciones privadas de hombres y mujeres que siguen sus inclinaciones y sus metas sin dañar ni ofender a nadie, están fuera de la autoridad de los magistrados. Ese territorio -dice muy bien Ariel Barbero- está vedado a la imaginación de los mandamases, sean diputados, senadores, presidentes, líderes, conductores de pueblos, salvadores de la patria, e incluso (sí también ellos) jueces y fiscales. En ese territorio no pueden aplicar sus intuiciones acerca de lo que es mejor para la humanidad, no pueden imponer esa ingeniosa idea que acaban de leer en una revista jurídica, no pueden experimentar con el alma humana. Allí acaban sus inmensos poderes. Hay una zona que les está vedada. Está cerrada hasta para sus buenas intenciones. Con este criterio -caso "Arriola"- cualquiera, hasta un fiscal, llegado el caso, puede fumarse un porro o pegarse un nariguetazo, y conservar una reservita para el día de mañana, sin que nadie lo moleste. Con el mismo criterio, la mortificación por el ayuno, el silencio, el cilicio, voluntariamente aceptados para que la oración por todos nosotros se eleve desde las discípulas de Teresa y de San Juan de la Cruz (para las profesas, sus contemporáneos), en organizaciones monásticas donde es libre tanto la entrada como la salida, no debe ser molestada, interferida ni, menos aún, manoseada. Hasta por los cretinos fosforescentes, estoy seguro, hay una oración que se eleva diariamente en los Carmelos.
In memoriam María Luisa del Santísimo Sacramento, que profesó a los cincuenta años y vivió un cuarto de siglo en la clausura, orando por todos, incluido quien esto escribe
El TV movie "Teresa", producido por TVE en 2015, en el que una joven de hoy encuentra su camino a partir de la lectura de "El Libro de la Vida" es una excelente y muy actual forma de presentar esa contemporaneidad que para una carmelita representa Teresa de Ávila
2 comentarios:
Genial!
Gracias, María Inés
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