¿DÓNDE ESTÁ EL ENEMIGO?
El dato obvio en cualquier guerra es la identificación del enemigo. En el recurso extremo a la guerra el conflicto se vuelve dilema bicornuto: o nosotros o ellos. Y lo evidente es que hay que nombrar y apuntar inequívocamente a quienes se marcan como "ellos", ya que de ese modo se define también el campo del "nosotros". Resulta un dato insoslayable que potencias como los EE.UU., Rusia, Francia y, en general, los países de la UE, se encuentran empeñados en una guerra contra el "Estado Islámico" (denominación demasiado genérica que puede englobar unidades políticas enfrentadas a ese mismo enemigo, como Irán, p. ej.); "Daesh", que es un acrónimo formado con las iniciales de las voces árabes que corresponden a "Estado Islámico de Irak y el Levante", como se autodenominaba el propio enemigo, aunque la voz resultante del acrónimo, en el mismo idioma árabe, parece encerrar una expresión peyorativa (algo así como "lo que hay que aplastar") o ISIS, siglas de Islamic State of Irak and Levant , que resulta la más utilizada. Ya la circunstancia de que la designación del enemigo resulte un acertijo lingüístico nos alerta acerca de un problema de identificación, dejando de lado otros problemas que resultan del origen de este enemigo, de quiénes alentaron su surgimiento, del marco de guerra civil en Siria en que se desenvolvió originariamente, etc., sobre los que no trataré en este post.
Este ISIS es un enigma desde el principio, en gran parte porque la propia expresión "Estado", aplicado a unidades políticas islámicas, es ya problemática. En efecto, lo que se intenta señalar con ella, en este caso. es una evidencia de ocupación territorial (lo que diferencia a ISIS de Al Qaeda, p. ej.), por sobre poblaciones sometidas. con fronteras móviles y cambiantes según la suerte de la guerra, y sin reconocimiento alguno por parte de Estado alguno establecido. Es decir, se lo proclama como "Estado" aunque no reúna aún, para nuestras concepciones clásicas de la teoría estatal, el carácter de tal. Más aún, la forma política "Estado", producto de la racionalidad occidental, no ha tenido una adecuada recepción en las lenguas habladas en el Mediterráneo oriental, y en especial el árabe clásico. Cuando, antes de que la palabra "Estado" se convirtiera en expresión de una forma política, los eruditos árabes se vieron en la necesidad de verter las expresiones griegas polis y politeía, echaron mano al vocablo madiná, originariamente el área de competencia de un juez, esto es, su jurisdicción. El profeta Muhammad, tras abandonar La Meca, se instala en un oasis donde se establece el primer régimen político musulmán, y lo denomina al-Madiná, Medina. Más tarde, los califas abásidas designan a Bagdad como Madinat al salam, la "ciudad de la paz". La expresión "medinat" se encuentra también en el arameo y el hebreo. Pero a partir del siglo VIII, entre los abásidas se generaliza la expresión dawla para designar la comunidad política. Dawla significa sucederse, turnarse y tiene un sentido genérico de rotación y sus vicisitudes. Los omeyas habían tenido su turno y luego fue el de los abásidas. Justamente esta rotación del poder fue la que el término dawla expresó en un principio, y la larga duración del turno omeya produjo la traslación del sentido primigenio al de casa reinante, dinastía, comunidad política. La "D" del acrónimo Daesh corresponde a dawla.
Tras este necesario excursus sobre la dificultad de expresar el concepto de Estado en el ámbito del Mediterráneo oriental, y la consiguiente impropiedad, ya señalada, de nombrar como "Estado" al ISIS, consignamos otros problemas que la ubicación jurídico-político de esta última sigla crea. Tampoco se lo puede calificar como movimiento exclusivamente terrorista , aunque obviamente no se priva de este recurso y hasta lo extrema, porque sostiene al mismo tiempo una guerra semiconvencional, sin reglas ni límites, con el ejército sirio, las fuerzas curdas y los efectivos iraquíes, además de Rusia, los EE.UU. y Francia desde el aire. Por otra arte, se autotitula "islámico", pero el elemento religioso no es el que priva decisivamente en su accionar bajo el signo de la destrucción sistemática y sus jefes no resultan líderes vinculados al culto sino, más bien, militares y ex jerarcas del régimen iraquí de Saddam. Sin contar que entre sus víctimas preferidas están preponderantemente los mismos seguidores de la confesión islámica, especialmente los chiíes. El control de los territorios ocupados por el terror bajo el manto religioso parece ser su método preferido, hasta ahora en gran medida eficaz. Tras un nacimiento oscuro y manipulado por las potencias "occidentales" hoy empeñadas contra ellas, las huestes del ISIS se han desarrollado del mismo modo a la vez enigmático y sangriento.
Teniendo todo esto en cuenta, resulta absurdo que ante la matanza de Orlando, se pretenda que la motivación basal del asesino resida en el odio homofóbico, que encuentra su vector en la facilidad para la venta de armas.
A medida que se van conociendo más datos, surge que Omar Mateen era un asiduo concurrente a la disco Pulse -quizás un homosexual torturado por su propia inclinación; que el disparador de su acto haya sido una reacción por haber visto dos hombres besarse parece, a esta altura, un intento de su padre para desviar el foco de la cuestión fuera de lo religioso, con mayor razón cuando este último dirige un programa de televisión destinado al público pastún, en el que -afirman- alguna vez celebró el accionar de los talibanes. En cuanto al "derecho del pueblo a poseer y portar armas" -segunda enmienda de la constitución norteamericana- puede que la normativa para su venta resulte bastante laxa; puede que el remedio consista en prohibir la venta de armas a quienes figuren en listas de posibles terroristas (aunque la NRA rechace esta postura) pero, en términos de identificar quien quiere matarme, el tamaño, calibre o tipo de arma que va a utilizar y de dónde proviene no digo que sea un dato desdeñable, pero nunca principal. Veo en la prensa norteamericana que referirse a una mortal balacera masiva (deadliest mass shooting) define como clintoniano y, en cambio, afirmar que resultó, después del 11/9, el peor ataque terrorista (worst terrorist attack) sólo cabe en partisanos de Trump. Parece que no hubiera posibilidad de vincular de alguna manera ambos términos.
Sobre la segunda enmienda, recuerdo aún mi sorpresa sudaca cuando, conversando en Buenos Aires con Robert Cottrol, profesor de la George Washington University Law School, le pregunté su opinión sobre aquella disposición. El profesor Cottrol es negro -ya sé, perdón, afroamericano- y, contra lo que esperaba, me dijo que gracias a esa posibilidad constitucional de defensa muchos negros habían salvado su vida. Es fácil pontificar sobre el asunto desde Buenos Aires, pero otra cosa es en Arizona. Sobre la presunta homofobia como fons malorum, un modesto heterosexual monótono monógamo como el que esto escribe sólo alcanza a advertir que los datos del caso parecen, como ya dije, indicar quizás otra dirección en las tendencias de Omar que empañarían aquella interpretación. Tampoco es plausible afirmar que encerró el acto una enemistad absoluta hacia el latin people, lo que también he oído. Lo más probable es que, para un ataque como el realizado, se busque un lugar de fácil acceso, conocido por el perpetrador, casi sin vigilancia, en momentos de segura aglomeración: el atentado de Atocha no fue por odio musulmán a los ferrocarriles. Si en 1944 un hijo de japoneses hubiera puesto una bomba en un salón bailable a nadie se le hubiera ocurrido afirmar que lo hacía por inquina a Glenn Miller y a los amoríos a la vuelta de la esquina. Sin embargo, muchas interpretaciones parecen guiadas por estas sinrazones. Por no caer en la lógica reductiva de Trump se va al disparate.
Quizás lo más preocupante de la matanza sea descubrir que este enigmático ISIS ha perfeccionado un arma terrible: una franquicia en la que cualquiera, individualmente, sin necesidad de contacto o adoctrinamiento previo, puede inscribir su violento rechazo del mundo y de la sociedad donde vive, siempre que una el derrame de sangre a la reivindicación de la sigla. Ya el retorcer la interpretación del martirio -mártir en griego es testigo y el testimonio que se ofrece es el de la propia vida- para significar que se es más mártir cuantos más semejantes lleve uno consigo al sacrificio, se reveló como arma terrible. Pero ésta es más impresionante aún, porque la posibilidad de control y prevención se vuelve así diabólicamente difícil. Se me dirá que aquel "cualquiera" que reivindique su crimen debe profesar, aunque más no sea que superficialmente, el Islam, lo que circunscribe la búsqueda. Desde luego que no todo profesante de la fe islámica es por ello terrorista; que la mayor parte de las víctimas del ISIS son, precisamente, musulmanes de confesión, y que este credo, en los EE:UU., tiene un número importante de seguidores cuya mayoría no ha pensado jamás en cometer un acto terrorista. También es cierto que aquella orientación del terrorismo se recluta real o virtualmente entre quienes hayan recibido algún tipo, aun epidérmico, de conocimiento islámico. La nueva arma tiene la particularidad, con respecto a los muyahidines o a Al Qaeda, de que el dato religioso resulta ahora decididamente menor, y es el político cruzado con la sociopatía o psicopatía el que toma la delantera.
No poder identificar al enemigo, en un conflicto político, abre la posibilidad de quedar a merced de él.-
jueves, junio 16, 2016
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