El 4 de noviembre de 2014, en la Asociación de Ex Alumnos del CNBA, con Hugo Esteva presentamos la traducción de "Los Siete Colores", novela de Robert Brasillach.
¿Por qué leer a Brasillach hoy, en 2014? ¿Por qué leer esta
novela terminada de escribir hace 75 años?
¿Porque Brasillach fue fascista y a algunos de nosotros nos
han puesto, con razón o sin ella, una patente de fachos? ¿O hay que dejarlo de leer y condenarlo al
olvido , con razón o sin ella, porque a uno el fascismo le revuelve y le
produce rechazo? ¿Es un autor y es una novela sólo para un gueto ideológico?
¿Hay que leerlo porque lo fusilaron a los treinta y cuatro
años por un delito de opinión, por haber quedado del mal lado de la trinchera,
ya que nunca medró con el ocupante o con el gobierno de Vichy, ni nadie fue a
la cárcel por él? ¿Habrá que leerlo por esa aureola romántica que nimba a las
causas perdidas? Bardèche, el cuñado y
grandísimo amigo de Brasillach, escribió un notable trabajo donde reivindica a los sudistas, en la guerra de Secesión
norteamericana, precisamente porque perdieron…
¿Habrá que leerlo por el autor era, pese a su juventud,
portador de un bagaje cultural inmenso y vario, voraz lector él mismo, uno de
esos portentos en la comprensión literaria y en la finura del conocimiento,
como lo fue, a su modo también, mi admirada Simone Weil, que nació el mismo año
1909 y había muerto en Londres un año antes de que fusilaran a Brasillach? Cuando uno repasa la “Antología de la Poesía
Griega”, que va de la Ilíada hasta Proclo, el último poeta y filósofo pagano en
el siglo V de nuestra era, traducida y anotada por Brasillach en el último año
de su vida, terminada en prisión, el efecto es maravillarse, como cuando uno
lee los trabajos de Simone Weil reunidos bajo el título de “La Fuente Griega”. Polyeucte.
Mi amigo Néstor Montezanti me asegura que esa antología de Brasillach era leída
y admirada por una gran escritora argentina, María Elena Walsh. De
paso, esto del año de nacimiento es un indicio muy inseguro de compartir dones
del espíritu. Con todo respeto por el de
mortuis nihil nisi bonus –advierto ahora que don Héctor J. Cámpora también
nació en 1909. Descanse en paz de los abusos actuales de su nombre.
A mi juicio, hay que leerlo por la mejor razón que se tiene
para leer un libro: porque es un gran escritor que nos habla en esta novela del
amor, de la amistad, de los grandes atractivos y de los tenaces malentendidos
que estas dos forma supremas del afecto encierran. Que nos habla de cómo sobreviven aún en la
prueba de la guerra, en este caso la guerra civil española, el gran banco de
pruebas de su generación. Pierre Drieu La Rochelle escribió una gran novela que
también la atraviesa, “Gilles” (1939. André Malraux no se quedó atrás con
“L’Espoir” (1937). Hemingway contribuyó con “Por quien doblan las Campanas”
(1940).
Volvamos a la novela: hay una experimentación narrativa bajo
siete registros, siete colores: relato vamos a decir convencional, cartas,
diario, reflexiones, diálogo teatral, documentos, soliloquio. Sospecho que
Cortázar pudo tenerlo en cuenta cuando aún no había concebido la estructura de
“Rayuela”. Agrego que Brasillach fue el
primero en echar a rodar en la crítica literaria la expresión “realismo
mágico”, que tanta fortuna tendría luego, sobre todo a propósito de Gabriel
García Márquez. El fondo es, mayormente,
el viejo París que, al despuntar de los treinta, todavía era una fiesta
–como Hemingway llamó al de los años 20, los roaring twenties, y Woody Allen romancea en algunas de sus
películas- pero hacia sus finales, casi principiando la resaca. Unos después,
sobre todo después del 6 de febrero de 1934, Brasillach iba a ir dejando la vida
de los libros para participar en otra. Pero en él hay un eje diamantino, una
permanencia, una coherencia indudable. Escritores que elogiaban a Pétain,
descubrirían ahora en De Gaulle las mismas virtudes (Claudel, por otra parte la separación de los
amantes, Catalina y Patricio, tiene ecos
claudelianos). Brasillach se había separado de Je suis Partout, entre otras
cosas porque no quería exaltar a la Milicia, originariamente una formación de
combate, muchos de cuyos integrantes cumplían ahora funciones policiales.
Tampoco quería irse, como Céline (que dejaría un cuadro terrible de esa
retirada en “De un Castillo a otro”, el mundo de Sigmaringen en el palacio de
los Hohenzollern, Pétain, Laval, el mismo Céline). Sería el único intelectual,
del largo listado, que sería ejecutado. Por otra parte, decía Brasillach, si
critiqué a los intelectuales de izquierda que se iban en 1939, porque la URSS y Alemania estaban
unidas por el pacto Ribbentrop-Molotov y no iban a pelear contra Alemania ¿cómo
yo ahora voy a hacer lo mismo?
Brasillach se entrega cuando se ha tomado de rehén a su
familia: a su madre y a su padrastro, y amenazan hacerlo con Susana, su
hermana, casada con Maurice Bardèche. Voy a destacar, de su inmenso trabajo
literario en prisión, uno: el “Diálogo Trágico”
“Los Hermanos Enemigos”. Es el diálogo entre los dos hermanos
enfrentados en una guerra civil, hermanos de Antígona e hijos de Edipo,
Eteocles y Polinices, antes de combatir en la misma puerta de Tebas y matarse
mutuamente. Fuera de Sófocles, el público estaba empapado de la tragedia por la
“Antígona” de Anouilh. Ambos discuten, uno de la voz de la razón y la
continuidad, otro la voz de la pasión y la revuelta. En el fondo está Francia
representada en Tebas. Leído 75 años después este diálogo, se advierte que Francia no podía haber invocado estar
entre los ganadores de la guerra con De Gaulle si Pétain no la hubiera
conservado durante esa misma guerra. La sangre enfrentada de los hermanos
enemigos fecundaba una misma continuidad. Diálogo de gran actualidad que
publicaremos.
Llega el juicio. Jacques Isorni, su abogado, hay que colocarlo en la línea de los grandes
defensores de defensas técnicas y políticas en Francia (Tixier de Vignancourt, Jacques Vergès, recientemente fallecido), etc.. Es
joven y discriminado como un hijo de italianos, no un francés de souche. El fiscal y él viven puerta por medio. Recuerda Isorni al fiscal, durante el proceso, que fue también fiscal bajo Vichy, y no es la primera vez que se enfrentan. Isorni destaca más tarde la influencia sobre los jurados, para obtener el veredicto de culpabilidad, de una foto tomada en
el frente oriental, donde aparece Jacques Doriot con el uniforme alemán con el
distintivo en la manga de la LVF (no había acusación en tal sentido), imagen atribuida al propio Brasillach. En verdad, el único
uniforme que vistió fue el de oficial francés en 1939.
Los Nombres en los Muros
Otros
vinieron por aquí
cuyos
nombres en los muros mohosos
ya se
deshacen y descascaran.
Ellos
sufrieron y tuvieron esperanzas
y a veces la
esperanza acertaba
a veces
engañaba a esas murallas.
Venidos de
aquí, venidos de otros sitios
nuestros
corazones no eran iguales,
según nos
dijeron. ¿Hay que creerlo?
¡Pero qué
importa lo que fuimos!
Nuestros
rostros, ahogados de bruma,
se parecen
en la noche negra.
Es en
vosotros, hermanos ignotos,
en quienes
pienso cuando cae la noche,
¡Oh mis
fraternales adversarios!
Ayer está
próximo al hoy,
a nuestro pesar
estamos unidos
por la
esperanza y por la miseria.
6 de febrero de 1945, fusilado
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