Me niego absolutamente a colaborar con ese género literario-periodístico bloguero que consiste en amasar, generalmente desde la oposición y sus vagos contornos, una torta de consejos a Lady Cri-Cri, comenzando por su salud -un temario donde ya el doctor Nelson Castro no admite rivales-, por la selección de sus colaboradores, por las "política públicas" que debieran implementarse, por la indumentaria que tendría que portar o, de últimas, por la raza más conveniente de perrito bandido que tendría que presentar en público, o el apodo mejor que convendría ponerle. Dicho amasijo pronunciado, generalmente, en el tono meloso de que es "para el bien de todos" y bajo el manto de que ninguno de estos consejeros vocacionales y honorarios sostiene el horrible pecado de compartir la visión de "amigo/enemigo", repetida hasta la saciedad en una copia de los unos a los otros, cuyo rasgo común es nunca haberla leído en sus fuentes. No comprenden -sólo, esporádicamente, la Lilita amante de las postrimerías- que no resulta posible eludir la enemistad diciéndole al otro que no es mi enemigo, cuando este otro ya me ha señalado a mí como su enemigo.
Pero sí voy a meditar sobre la corbata, especialmente luego del juramento descorbatado de Axel Kicillof y su equipo de econoboys militantes. Aclaro que, habiendo nacido en la primera mitad del siglo pasado, me crié en un ambiente donde uno iba de saco-y-corbata al colegio, a la cancha, a la manifestación callejera e, irrenunciablemente, a la milonga. Mi profesión de abogado me hizo profundizar en esa ruta, siendo actualmente el núcleo forense uno de los últimos reductos corbatísticos de la ecúmene -aunque ya con fuertes tendencias corbatoclastas.
¿Cómo hablar de la corbata en la actuales conversaciones, directas o virtuales?
Ante todo, el sincorbatismo aparece como una de esas informalidades formalizadas que pone al rebelde cómodo porque casi todos aparecen como él. Una forma confortable de hacerse el insumiso, sometiéndose a lo que la mayoría hace. Así como el matrimonio clásico ha llegado a ser una rareza que sólo parece interesar a eclesiásticos y homosexuales, y casarse entre hombre y mujer con promesa de perpetuidad pasa automáticamente a convertirse en bandera para refractarios a lo socialmente establecido, llevar corbata se va erigiendo poco a poco en bandera de desobediencia y matrerismo social. Parodiando al gaucho, diremos que a un matrero encorbatado poco le importa que un menistro venga a o vaya mostrando el pechito depilado. Antes, el artista de vanguardia o el escritor alcoholizado usaban el cuello de tortuga, con forma de grueso pullover en caso de intelectual anteojudo y barbado. A ellos mis respetos. Los celebro como valerosos referentes de rebeldía en la actual lucha de los encorbatados.
Me viene a la memoria en los años 60 el restaurante "Edelwaiss" luego de una función del Colón. Casi siempre, podía verse sentado a una mesa a Mujica Láinez rodeado de algunos efebos. Usaba una corbata plastrón, o "ascot", como solía llamársela entonces, por obvia referencia que no facilitaré a la generación Y, que para eso cuenta con Wikipedia. Había allí, después de todo, una atmósfera de desafío a lo convencional. Creo que a Manucho, casado con Ana de Alvear. la idea de "casarse" con alguno de sus efímeros "sobrinos" le habría parecido una insoportable guarangada de medio pelo. Casi como dejar la ascot por el cuellito gentil.
Por otra parte, la corbata es. o era, una forma analógica del test de personalidad. Un estudiante de corbata roja ante la mesa examinadora planteaba un desafío a aquellos titulares rutinarios que repetían año a año la misma monserga. Alguien que pretendiera hacer pasar la manchita de tuco por una pinta más de su adminículo cuellístico mostraba una personalidad de avaro y Viejo Hucha. Un marido dominado llevaba todo el año como dogal la corbatita desleída que le regalaba la patrona para el cumple. Una corbata con un guacamayo sobre una camisa wash and wear color lila a punto de estallar en el ombligo, al comando de Dodge Polara 69 o un Valiant 2, presagiaba noches moviditas para las pibas del suburbio, etcétera. Hoy, el mismo cuellito sólo puede adquirir personalidad si está marcadamente sucio o muestra chupón evidente.
En líneas generales, cuando una señora le regalaba a su marido una corbata para Navidad, establecía automáticamente una causal de injurias graves o mejor -a la yanqui- de "crueldad mental".
Grandes rebeldes, los portadores de moñito, papillon o pajarita, generaban un mundo aparte de negadores de la corbata que merecería un post propio. (Naturalmente, me refiero a los que se hacían por sí el nudo, no a los que recurrían a la prepizza moñística).
La corbata negra, como el ojal o manguero del mismo color, pertenecen al folklore extinto del luto (hoy lo único de luto en los entierros son los anteojos negros). "Sombríos machos de corbata negra sufrían rencorosos por decreto", dice María Elena Walsh en unos versos donde recuerda los funerales de Evita y los crespones de duelo obligatorio. Hoy, una corbatita negra y estrecha sólo es permitida a jovencitos british de origen proletario con inclinaciones al rebeldismo, para la interpretación musical.
En fin, una erudición inocente señalaba la etimología de "corbata" a partir de "croata" y una de origen psi y menor grado de candidez marcaba que la forma de flecha que apunta al hipogastrio del macho era un llamado de atención específica e invitaba a un futuro abierto al clinch. Miren lo que se perdieron los econoboys.
Había una ciencia del nudo: Windsor, Kent, americano, corashón (indicado para el "Palacio Güemes" los jueves). Y, para mí, una regla: jamás llevar corbatas regimentales británicas, no por patrioterismo, sino porque sólo corresponde, a los del regimiento o de la universidad respectiva. Y un homenaje a la corbata pinta de Carlos Gardel. gran elegante argentino, que las compraba en "Brighton", donde alguna caí a llevar una por tradición.
Decía un elegante del tiempo de Baudelaire: "con la corbata tengo un cuidado perfecto. Me lleva algunas horas hacer que aparente que fue anudada a toda prisa".
Con saludo al Kichi que, al fin y al cabo, también fue al Buenos Aires, donde se concurría de corbata.
PS: "Políticas públicas" es una horrible versión literal de public policies que carece de sentido fuera del ámbito anglosajón. Toda política es "pública" por definición, porque lo público es el ámbito propio e intransferible de lo político. Corresponde en nuestro idioma a "actos o directivas de gobierno". Pero sé que esta nota es un poco inútil, porque ya hay cátedras de "políticas públicas" con sus respectivos titulares, asociados, adjuntos, ayudantes, ordenanzas y cafecitos.
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