Enrique Heine (1797-1856), el gran escritor alemán, no ocultaba su ateísmo: "el cielo se lo dejamos a los ángeles y a los gorriones", anotó irónicamente. Sin embargo, su percepción de lo religioso en general y del cristianismo en particular, quizás por su ascendencia judía, siempre fue perspicua. Baudelaire, católico pecador comme il faut, escribió unos años después que si la religión desapareciera del mundo, volvería a encontrársela en el corazón de un ateo -y puede observarse hoy que algunos ateos tienen más percepción de lo religioso que muchos rutinarios creyentes. Heine, volviendo a él, nos dejó una página sobre la cruz que podría ilustrar -si leyeran, muchachos, si leyeran- a nuestros iconoclastas suburbanos:
"El cristianismo, en cierto modo, -y éste es su mayor mérito- calmó la furia belicosa de los germano, sin por ello eliminarla del todo. Y si un día se despedazase la cruz, el talismán que aplaca las pasiones, se desencadenaría de nuevo la violencia salvaje de los antiguos guerreros, la irracional ansia de destruir cantada por los poetas nórdicos. Aquel talismán está hoy en decadencia y llegará el día en que pueda venirse abajo. Entonces surgirán de sus ruinas las antiguas divinidades de piedra y Thor, con su enorme martillo, se erguirá dispuesto a destruir las catedrales góticas".
"Para la historia de las religiones y de la filosofía en Alemania"
1 comentario:
¡Oh, Torrero! ¿Será llegado el día en el que el mismo genio de Düsseldorf dio a elegir entre Atenas y Jerusalén?
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