NOTITA AL PIE DE LA “DIÁFANA JORNADA” DEL 14 DE AGOSTO
Allá por junio de 2002, en tiempos en que Duhalde era gobierno, llevados nuestros políticos por el “gran miedo” producido por el grito, noble pero impracticable, de “¡que se vayan todos!” (recordarlo porque de aquí a poco podría volver a resonar entre caceroleos) se reformó la ley de partidos para establecer internas abiertas y simultáneas, pero no obligatorias. Recuérdese que antes aún de las movilizaciones de diciembre de 2001 al grito recordado, en la convocatoria a renovar diputados de octubre del mismo año se había producido una verdadera “huelga electoral”: la mitad del padrón se abstuvo, votó en blanco o anuló su voto. La clase política quería mostrarse compungida y golpeándose el pecho e iba, teóricamente, hacia una reforma que tornase a la partidocracia más presentable. Pasado el julepe, se echó al olvido esa reforma, se suspendieron sus efectos y llegamos a la elección presidencial del 2003 con la disputa de una interna abierta, obligatoria y simultánea peronista, nacional, popular y todo eso, de donde resultó presidente por eliminación Él, levantado hoy a lo más alto del santoral político. En vida del EterNéstor salió otra ley que estableció, para el segundo domingo de agosto, Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Esta ley, votada entusiásticamente por los radicales, estaba pensada para la reelección del augusto finado. Se establecen tres vueltas electorales, dos obligatorias y una contingente: la interna, la nacional y el balotaje eventual. Pero la elección verdadera resulta la interna, primera vuelta real. El que logre llevar mayor masa de clientela -en el origen, se pensó sobre todo en los aparatos y, en especial, el bonaerense que resulta decisivo- a esconderse por un ratito para poner la papeleta con el nombre deseado, se lleva un fulgurante “efecto de demostración” para arrastrar votos a la segunda vuelta, el 23 de octubre, minimizando el riesgo de acudir por tercera vez al cuarto oscuro en balotaje. Así se lo diseñó, y como tal funcionó, ahora para Cristina, con resultados superiores a los esperados por los proyectistas de esta ingeniería electoral.
Haya estado en los planes originarios (para cuyos pergeñadores cabría entonces el elogio) o haya sido la presente una consecuencia inesperada, lo cierto es que, en lugar de una decisión sobre candidaturas hacia adentro del partido (una “interna” propiamente dicha) o de una foto digital del peso relativo de cada candidato a ese momento, se propuso un plebiscito sobre la pregunta: ¿Cristina sí o Cristina no? (muy bien apuntado por Manolo Barge en su blog “Deshonestidad Intelectual”). En un plebiscito, salvo el que sigue a un desastre[1], la tendencia mayoritaria será a tomar el mínimo de decisión, esto es, a mantener el hecho consumado. En otras palabras, que siga Cristina hasta la catástrofe, o dicho en basic argie, hasta que me toques hondamente el bolsillo, la víscera más sensible del hombre. (Duhalde lo percibió muy tarde, cuando en su perorata posderrota anunció que no sólo los planes y subsidios no iban a cesar sino que se ampliarían ecuménicamente: ¡tarde piaste!).
En definitiva, se comprobó una vez más que el que tiene la caja de los dineros públicos (el dínamo de la política criolla) es también el hegemón que tiene más esclavos encadenados a la noria electoral. La ley de reforma política, que pretendía dar a los partidos políticos el rol majestuoso que la Constitución les asigna de “instituciones fundamentales del sistema democrático” y todo eso, en realidad es el último clavo que remacha el féretro partidocrático. Los partidos se pulverizaron en el 2001, a partir de la huelga electoral citada y de la protesta generalizada que estalló en diciembre de aquel año. ¿Qué es un partido político, profe? ¿Una institución fundamental, etc., etc. No (y voy a repetirme, pero la letra con sangre y fastidio entra). “Es una empresa de captación del voto del consumidor (ciudadano) hacia la imagen de un producto (candidato) cuya venta se promociona por los mensajes del marketing político, que se sirve como principal materia prima de las encuestas y tiene como objetivo maximizar los beneficios a través del acceso al control de la caja de los dineros públicos”. Lo se va dibujando es un escenario con un partido oficialista monopólico dominante, del tipo del viejo PRI mexicano, frente a un mosaico opositor que no llega en ningún momento a redondear coaliciones que puedan conmover al hegemón. Hacia ese monopolio político, llevados por la marea de fervor que surge de los resultados, se habrán pronto de correr, convertidos a la fe oficialista, esas figuritas conocidas de la política criolla que son los últimos de la primera hora o los primeros de la última, como se quiera. Varios personajes de la política, por otra parte, tendrán que entrar en conserva, con un cierto renuevo generacional consiguiente. Los rótulos tradicionales de peronismo y radicalismo son hoy apenas memorias más o menos mentirosas, más o menos verdaderas. Lo cierto es que en los restos de lo que aún se llama UCR va a cundir la directiva que su santo patrono Raúl Alfonsín le dio a partir de los tropiezos electorales de 1987 y consolidó cuando el pacto de Olivos: convertirse en segunda fuerza que siempre pierde, a cambio de negociar algunas migajas del banquete oficialista. Con esa orientación votaron la reforma política, destinada a extirpar los partidos chicos y ampliar el campo de negociación radical. Ganador, en ese aspecto, el PO de Altamira, que fue con franqueza al punto (conseguir los votos necesarios) y denunció, cuando los otros callaban, el requisito del piso del 1,5% de lo votos válidos emitidos en las PASO para competir más tarde, con el argumento impecable de que ello constituía una intromisión estatal en la vida de una asociación voluntaria de ciudadanos, como la teoría define al partido político. En cuanto al peronismo, oigo (Mariano Grondona o Rosendo Fraga, por ejemplo) que lo votó el 70% de quienes sufragaron (Cristina + Tachuela + el Adolfo). ¿Votó al General o a la Abanderada? No confundamos más aún lo ya confuso. Los que votaron a Cristina ni son todos peronistas (el viejo PC, por ejemplo) ni quienes, entre ellos, que comenzaron peronistas lo siguen siendo en el grueso. Sin hablar de Maxi, la Cámpora, el futuro vice, e via dicendo. Los que votaron a Duhalde (ego ipse), que aquí en Buenos Aires ganó en Recoleta, tampoco lo son todos ni el resto del todo. Apunto lo mismo sobre el Adolfo. No confundirnos con las estampitas: todos deben reinventarse.
Y así habremos de remar hasta que la catástrofe pegue en la víscera adecuada y llegue al bolsillo. Entonces, quizás, el pueblo aparezca.-
[1] ) Por ejemplo, el que ocurrió hace poco en Islandia sobre si pagar o no la deuda contraída por los bancos locales con entidades financieras, especialmente británicas, cuyo resultado negativo estaba anticipado en la propia pregunta.
Allá por junio de 2002, en tiempos en que Duhalde era gobierno, llevados nuestros políticos por el “gran miedo” producido por el grito, noble pero impracticable, de “¡que se vayan todos!” (recordarlo porque de aquí a poco podría volver a resonar entre caceroleos) se reformó la ley de partidos para establecer internas abiertas y simultáneas, pero no obligatorias. Recuérdese que antes aún de las movilizaciones de diciembre de 2001 al grito recordado, en la convocatoria a renovar diputados de octubre del mismo año se había producido una verdadera “huelga electoral”: la mitad del padrón se abstuvo, votó en blanco o anuló su voto. La clase política quería mostrarse compungida y golpeándose el pecho e iba, teóricamente, hacia una reforma que tornase a la partidocracia más presentable. Pasado el julepe, se echó al olvido esa reforma, se suspendieron sus efectos y llegamos a la elección presidencial del 2003 con la disputa de una interna abierta, obligatoria y simultánea peronista, nacional, popular y todo eso, de donde resultó presidente por eliminación Él, levantado hoy a lo más alto del santoral político. En vida del EterNéstor salió otra ley que estableció, para el segundo domingo de agosto, Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO). Esta ley, votada entusiásticamente por los radicales, estaba pensada para la reelección del augusto finado. Se establecen tres vueltas electorales, dos obligatorias y una contingente: la interna, la nacional y el balotaje eventual. Pero la elección verdadera resulta la interna, primera vuelta real. El que logre llevar mayor masa de clientela -en el origen, se pensó sobre todo en los aparatos y, en especial, el bonaerense que resulta decisivo- a esconderse por un ratito para poner la papeleta con el nombre deseado, se lleva un fulgurante “efecto de demostración” para arrastrar votos a la segunda vuelta, el 23 de octubre, minimizando el riesgo de acudir por tercera vez al cuarto oscuro en balotaje. Así se lo diseñó, y como tal funcionó, ahora para Cristina, con resultados superiores a los esperados por los proyectistas de esta ingeniería electoral.
Haya estado en los planes originarios (para cuyos pergeñadores cabría entonces el elogio) o haya sido la presente una consecuencia inesperada, lo cierto es que, en lugar de una decisión sobre candidaturas hacia adentro del partido (una “interna” propiamente dicha) o de una foto digital del peso relativo de cada candidato a ese momento, se propuso un plebiscito sobre la pregunta: ¿Cristina sí o Cristina no? (muy bien apuntado por Manolo Barge en su blog “Deshonestidad Intelectual”). En un plebiscito, salvo el que sigue a un desastre[1], la tendencia mayoritaria será a tomar el mínimo de decisión, esto es, a mantener el hecho consumado. En otras palabras, que siga Cristina hasta la catástrofe, o dicho en basic argie, hasta que me toques hondamente el bolsillo, la víscera más sensible del hombre. (Duhalde lo percibió muy tarde, cuando en su perorata posderrota anunció que no sólo los planes y subsidios no iban a cesar sino que se ampliarían ecuménicamente: ¡tarde piaste!).
En definitiva, se comprobó una vez más que el que tiene la caja de los dineros públicos (el dínamo de la política criolla) es también el hegemón que tiene más esclavos encadenados a la noria electoral. La ley de reforma política, que pretendía dar a los partidos políticos el rol majestuoso que la Constitución les asigna de “instituciones fundamentales del sistema democrático” y todo eso, en realidad es el último clavo que remacha el féretro partidocrático. Los partidos se pulverizaron en el 2001, a partir de la huelga electoral citada y de la protesta generalizada que estalló en diciembre de aquel año. ¿Qué es un partido político, profe? ¿Una institución fundamental, etc., etc. No (y voy a repetirme, pero la letra con sangre y fastidio entra). “Es una empresa de captación del voto del consumidor (ciudadano) hacia la imagen de un producto (candidato) cuya venta se promociona por los mensajes del marketing político, que se sirve como principal materia prima de las encuestas y tiene como objetivo maximizar los beneficios a través del acceso al control de la caja de los dineros públicos”. Lo se va dibujando es un escenario con un partido oficialista monopólico dominante, del tipo del viejo PRI mexicano, frente a un mosaico opositor que no llega en ningún momento a redondear coaliciones que puedan conmover al hegemón. Hacia ese monopolio político, llevados por la marea de fervor que surge de los resultados, se habrán pronto de correr, convertidos a la fe oficialista, esas figuritas conocidas de la política criolla que son los últimos de la primera hora o los primeros de la última, como se quiera. Varios personajes de la política, por otra parte, tendrán que entrar en conserva, con un cierto renuevo generacional consiguiente. Los rótulos tradicionales de peronismo y radicalismo son hoy apenas memorias más o menos mentirosas, más o menos verdaderas. Lo cierto es que en los restos de lo que aún se llama UCR va a cundir la directiva que su santo patrono Raúl Alfonsín le dio a partir de los tropiezos electorales de 1987 y consolidó cuando el pacto de Olivos: convertirse en segunda fuerza que siempre pierde, a cambio de negociar algunas migajas del banquete oficialista. Con esa orientación votaron la reforma política, destinada a extirpar los partidos chicos y ampliar el campo de negociación radical. Ganador, en ese aspecto, el PO de Altamira, que fue con franqueza al punto (conseguir los votos necesarios) y denunció, cuando los otros callaban, el requisito del piso del 1,5% de lo votos válidos emitidos en las PASO para competir más tarde, con el argumento impecable de que ello constituía una intromisión estatal en la vida de una asociación voluntaria de ciudadanos, como la teoría define al partido político. En cuanto al peronismo, oigo (Mariano Grondona o Rosendo Fraga, por ejemplo) que lo votó el 70% de quienes sufragaron (Cristina + Tachuela + el Adolfo). ¿Votó al General o a la Abanderada? No confundamos más aún lo ya confuso. Los que votaron a Cristina ni son todos peronistas (el viejo PC, por ejemplo) ni quienes, entre ellos, que comenzaron peronistas lo siguen siendo en el grueso. Sin hablar de Maxi, la Cámpora, el futuro vice, e via dicendo. Los que votaron a Duhalde (ego ipse), que aquí en Buenos Aires ganó en Recoleta, tampoco lo son todos ni el resto del todo. Apunto lo mismo sobre el Adolfo. No confundirnos con las estampitas: todos deben reinventarse.
Y así habremos de remar hasta que la catástrofe pegue en la víscera adecuada y llegue al bolsillo. Entonces, quizás, el pueblo aparezca.-
[1] ) Por ejemplo, el que ocurrió hace poco en Islandia sobre si pagar o no la deuda contraída por los bancos locales con entidades financieras, especialmente británicas, cuyo resultado negativo estaba anticipado en la propia pregunta.
4 comentarios:
o sea: la mitad del país que la votó vive de planes?¿ese es todo el análisis "político" que tiene ud para ofrecer? ¿Como explica con esa teoría la derrota del kirchnerismo en 2009 en los cordones mas pobres? Saluti
La catástrofe como profecía autocumplida no se da en Gobiernos Peronistas, en todo caso un radical o similar se comería una crisis y volvería el Peronismo, usted cree ese ciclo? CFK vino a romper ese circuito.
No afirmo en ningún momento que los votantes del cristinato sean todos dependientes de planes. Señalo, sí, el peso decisivo del voto clientelar, que significa la reducción a servidumbre y mantenimiento indefinido en esa condición de muchos compatriotas -esto es, la fabricación a designio de pobreza subsidiada con la ley de bronce del nivel mínimo de subsistencia. No es un invento K, por otra parte, pero cabe reconocer que bajo su mando ha tenido un notable impulso. En cuanto a lo que observa -la voltafaccia del conurbano en el 2011 respecto del 2009- una parte de la respuesta está en los "barones" comunales de ese sector. En el 2009 estos jefes solariegos sintieron temblor bajo sus pies luego de la rebelión rural que tuvo su mayor resonancia, paradojalmente, en las áreas urbanas. Negociaron la supervivencia a dos puntas, con la Rosada y con el justicialismo "federal", y allí se encuentra una de las razones del desequilibrio. Esta vez fueron casi sin brechas -un antiguo incondicional K, Jesús Ciriglino, de Malvinas Argentinas, sacó los pies del plato y logró puntear angustiosamente. En el 2009 se dio vuelta el viejo apotegma: parece que se reproducen, pero están peleando. En el 2011 se volvió a la fórmula original y se reprodujeron. El voto feudalizado no es todo, pero suele decidir.
Para Y?:
Duhalde tuvo su crisis con Kosteki y Santillán y debió cumplir un retiro anticipado. Sostengo que el cristinismo plebiscitario se comió al peronismo, como antes el kirchnerismo se había fagocitado a los restos radicales -Lavagna candidato UCR en el 2007 termina amigado con la Rosada. Sin enemigos a la vista, en algún momento, declarada la falencia en todas las "cajas" -Banco Central, ANSeS, eventual nacionalízación del comercio exterior de granos y oleaginosas- la crisis habrá de alcanzar infaliblemente su método de reparto y podría el cristinismo implotar. No hay ya fuerzas capaces de cabalgar el tigre de una crisis...
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