JUVENTUD MARAVILLOSA II
Hemos presenciado, durante las exequias de Néstor Kirchner, una olimpíada de la creación de "virtudes retroactivas" sobre la persona del difunto. Nadie hizo tanto por nuestra felicidad, en tan poco tiempo y contra tantos. Por un lado, contribuyó a ello la rudimental "videología" mediática, cuyos relatos sobre los grandes muertos no conocen matices entre la apoteosis y el escarnio, según que a quien haya pasado al otro barrio le encajen o no los baremos de la corrección política, para los que hay que contabilizar siempre en la columna del haber la "transgresión" y la "revolución". Por otro, a este coro se unieron de buena gana y justo sollozo los eventuales herederos de alguna porción del poder nestoriano, muchos de ellos humillados y ofendidos en vida por el mandamás y que añoran volver aunque más no sea colados en el cortejo de la Presidente viuda. Al lado de estas manifestaciones apareció, con partes iguales de belicosidad y congoja, un compacto de los de "menos de treinta", militante y fervoroso, con el estilo de "la Cámpora", grito y saludo, que coloca al santacruceño como la figura mítica de los anhelos de esa generación. Estudiantes de Sociales, lectores de "Página 12", enchufados en las administraciones, quizás algunas de estas caracterizaciones podrían caberles, pero sería error y pijotería reducirlos sólo a eso. Lo cierto es que un sector de la juventud actual ha encontrado un modelo y un guía imaginario en el político finado. ¿Nueva versión de la "juventud maravillosa"? Tienen los de ahora una característica que los separa de aquella versión de los setenta, aunque los una buena parte de la fraseología. Los de ahora son revolucionarios sin adrenalina. Cortar calles, ocupar colegios, escupir a la policía son actividades que rinden en imagen y están, en principio, a cubierto de riesgos. La revolución se hace cortando el tránsito pero conservando el empleo. Son revolucionarios curiosos, para los cuales la metodología airada está legalmente permitida y mediáticamente alentada. Para entender la diferencia: los de antes querían hacer la revolución (aunque terminaron haciendo los negocios); los de ahora no necesitan hacer nada: la revolución la compraron hecha (y los negocios también). Por eso, quizás, estos últimos neoguevaristas resulten potencialmente más peligrosos que sus abuelitos setentistas.
Estos revolucionarios de plantilla venían sufriendo en los últimos tiempos, ya que se había generado una oposición que corría por izquierda al gobierno. Por un lado, había que bancar el veto al adecuamiento de las jubilaciones a la letra constitucional, que no era trago poco amargo. Por otro, los muchachos del PO y similares iban engrosando las filas en colegios, universidades y sindicatos desprendidos de los gremios tradicionales. El feroz y crudo correctivo a este avance del PO y semejantes no vino del gobierno, ni de la "juventud maravillosa" nueva versión, sino de uno de los reductos conservadores de la sociedad, esto es, el sindicalismo. En Barracas, unos camorreros al servicio de la Unión Ferroviaria, matando al joven Ferreyra, reduciendo al coma a una sexagenaria e hiriendo a dos más, enviaron este mensaje: "tomen colegios, destruyan universidades, apaleen a la policía, pero no toquen nuestros intereses, porque si no, balazo".
¿Ese futuro ya lo conozco? ¿Es el estadio repetitivo de la farsa después del original de la tragedia? La historia no se repite, pero existen correspondencias y analogías en su desenvolvimiento. No sabemos hoy hasta dónde llegarán.
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