LOS PRIMEROS 90 DE NELSON
Nelson Mandela cumple noventa y el resto del mundo festeja. No sé hasta qué punto lo hace Sudáfrica, por aquello de que nemo propheta in patria: nadie puede ser insigne en el barrio que lo vio nacer. Fue la cárcel su vida y su elemento. Los 28 años de celda en Ciudad del Cabo, aguantados a pie firme, fraguaron el cemento de su gloria. No injusta, ya que nuestras simpatías siempre estarán del lado del preso. El problema es cuando las estrellas del rock especializadas en buenos sentimientos a 100 euros la entrada (como ese insufrible Bono) elevan a alguno hasta la santidad cívica. Allí me surge una radical desconfianza, qué quieren que les diga.
Nacido en la tribu xoxa, de familia de jefes, Nelson Rolihlahla Mandela se largó a Johannesburgo muy joven, huyendo de un matrimonio impuesto por el papá. Se enroló en el partido del Congreso Nacional Africano. En 1956 lo metieron preso bajo el cargo de alta traición y al salir de su primera condena, en 1961,se puso a la cabeza de las "formaciones especiales" de su partido. Coordinó ataques contra el ejército y objetivos civiles, organizó cuerpos paramilitares y recogió fondos en el exterior para la lucha armada, guiñándole un ojito a Gadafi y a Fidel. Un terrorista, que le dicen. Categoría veleta si las hay, que hoy te condena y mañana te hace feliz acumulador de capital para los gomías, tal cual ocurre entre nos. Los rubios de la CIA lo entregaron a la policía sudafricana, que lo llevó ante los trbunales. Resultado: perpetua. Fue muy interesante su defensa, donde argumentó que siempre las armas fueron ultima ratio. A partir de allí, el mundo se uniformó en el grito "¡Libertad a Mandela!". En 1985, hábil y corajudamente rechazó la libertad a cambio de la renuncia a la lucha armada. Pero el mundo -los media, la fábrica de consenso- había cambiando mucho, y la receta del apartheid, de la colour bar, barbaridad de raíz puritana, quedaba demodée frente a otras formas de apartamiento y exclusión, más sutiles y llevaderas. Liberado en 1991. Premio Nobel de la Paz en 1993 (premio también veleta si los hay) bendecido por monseñor Desmond Tutu, un prelado que me resulta, no sé por qué, algo incordiante. Caídos los boers, llegó al poder, heroico, carismático, saludado por los bien pensantes. Sostengo que para fracasar, ya que debió haber muerto en su acmé, como Gardel. Socialmente hizo casi nada, el SIDA se expandió (su partido sostenía que no venía del virus del HIV); lo único aceptable fue un cierre sobre el pasado mediante reconocimientos de culpa, que bien habría funcionado aquí, pero -misterios de la progresía- está bien allá, pero resulta impresentable entre nosotros, empeñados en que los tribunales federales juzguen la historia y establezcan su verdad inapelable.
Su segunda mujer, Winnie, la "madre de la nación africana" (¡) era una especie de Hebe Bonafini pero con tendencia a cabra al monte tira. Llevada ante los tribunales por corrupción, secuestro, homicidio, etc., consiguió Nelsoncito salvarla a cambio de divorciarse de esta impresentable Sisebuta que, encima, le robaba cámara. Por sesenta vacas gordas de rescate, pagadas a la familia, se casó entonces con Gracia, treinta años menor, viuda del ex de Mozambique. La "doble nelson", podríamos decir. Su sucesor en el partido es Mbeki, que maneja las cosas más a lo bestia (Mugabe, la bête noire de las almas bellas europeas, fiero dictador de Zimbawe, que ganó con fraude manifiesto las últimas elecciones pero no se quiere ir, es para Mbaki un San Martín de la independencia africana, lo que pone en apuros al viejo Nelson cuando va a Londres a tomar un tecito con la Reina). No oculto mis simpatías en Sudáfrica por los zulúes y el partido Injata. Los zulúes, de origen bantú, son unos formidables guerreros que en 1879 derrotaron a los ingleses, a los red coats, a pura flecha y lanza contra fusiles. Fue la primera vez que un ejército negro africano derrotó a un cuerpo europeo, mano a mano. Tanto les dolió a los ingleses -como Buenos Aires 1806 y 1807- que lo ocultaron prolijamente. Y el inquieto lector verá que se atribuye la primera derrota europea a los italianos en Adua, frente al ras Alulla, en 1896. Pero allí hubo buenos fusiles de ambos lados. La gloria al zulú.
Felices 90, Nelson
No hay comentarios.:
Publicar un comentario