No voy a detenerme en la anécdota de Santo Domingo. Ni en el ecuatoriano Correa en el rol de gaucho malo, pero que lo ha agarrado la policía con los papeles de la jugada de quiniela, ni en el guacamayo Chávez que la jugó de prudente, quizás porque su background venzolano era inestable, ni -en fin, last but not least- en lady Cri Cri que cree que mediar es levantar el dedito amenazador de directora jubilada. Corramos un velo de pudor sobre esto último, equiparable a la maltrecha aventura un Sacristán (Kirchner en alemán) en la selva.
El Munich hipanoamericano ha tenido un final feliz. Y está bien. Sólo a un minus habens como Carlos Escudé se le puede ocurrir condolerse porque los latinoamericanos no nos matamos tan a menudo como lo hicieron los europeos el siglo pasado. Dejémoslo ahí y vamos a mirar un poco debajo del agua. Sin dejar por eso de saludar desde este rincón bloguístico a Alvaro Uribe, que sabe afirmársele a un potro corcoveador. Y no me digan, muchachos, que es un lacayo de los yanquis, porque por acá no observo hombres libres sino puros hombres libreas, de distintos tonos y marcas, eso sí.
Soberanismo. Respetar las soberanías territoriales. Está bien. Pero creo que nuestro mundo próximo, cultural y político, debe apuntar a la Confederación. Pensar en términos de pactum foederis, y no de soberanías bodinianas, que ya resultan de volido corto.
Quiero aclarar términos. Muchos amigos y viejos camaradas (alten los llamaré desde ahora) repudian la expresión Latinoamérica. Yo no. Y diré por qué.
América Latina es un vasto territorio cultural que abarca a los québequoises, al latin people norteamericano, a los hispanoamericanos, a los lusoamericanos. Es una cultura cuyas lenguas son romances, descendencia del latín romano. Sus datos basilares reposan sobre el catolicismo del Renacimiento y el Barroco, no como fe religiosa a practicar, sino como horizonte de sentido para los conceptos y para la comprensión del mundo. Es así, nolens volens. En esta Latinoamérica como vasta ecúmene cultural, caben, dialécticamente, Indoamérica y Afroamérica, así como corrrientes inmigratorias europeas no latinas y asiáticas. Aquel catolicismo de base, que no tiene por qué ser religión efectiva, es el que sirve de continente a la ecúmene latinoamericana, bajo el signo de la mixtio, de la miscigenación (con perdón de la palabra).
Lo distinto y, en alguna medida, opuesto a esta Latinoamérica ecúmene cultural, es Saxoamérica, la América anglosajona, cuyo subsuelo religioso son las iglesias reformadas, y cuyo signo es la seiunctio o separatio. A su imagen y semejanza, los EE.UU. son una "gran democracia" étnica, donde a la gente se la clasifica por la raza -caucasian or white people, black people or afrikan people, latin or hispanic people, asian people, etc.- . El ideal aquí no es la integración (proyecto superado y enterrado) sino la tabicación: cada uno debe permanecer en su grupo sin molestar al otro -lenguaje politically correct-y obedecer a la constitución.
Latinoamérica no tiene otra proyección que la cultural. Saxoamérica, además de su despliegue cultural, es una entidad política y una exportadora neta de modelos políticos, entre ellos la matriz del constitucionalismo liberal.
La Latinoamérica cultural se compone, básicamente, de Hispanoamérica y Lusoamérica. Ellas pueden ser vastos espacios políticos confederales. Queda el examinarlo para otra entrada.
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