Nuestra presidente va a ser madrina del séptimo hijo varón de una familia de La Plata. Quiere hacer rever -dicen- el decreto 848/73 por el cual don Juan Domingo recogió esta tradición del padrinazgo presidencial. El presidente manda un representante, una medalla y un diploma. Generalmente, les becaban los estudios. Pero señala la norma, con buen criterio, que ello no crea derechos ni beneficios para el ahijado o los familiares. Lady Cri Cri promete cambiar esto, sin parar en barras. Darles más. Pero estas minidemagogias para la foto poco importan.
Lo que sí tiene miga es el origen de esta costumbre del padrinazgo presidencial. Parece que el primero que lo solicitó fue un inmigrante ruso, en 1907, cuando Figueroa Alcorta era gobierno. Lo hizo porque los zares lo hacían. ¿Y por qué lo hacían? Para evitar que el séptimo se convirtiese los viernes en lobizón -se "emperrase", como decían los paisanos. El lobizón, nuestro hombre lobo, nos llega, pues, en una leyenda de origen europeo, probablemente asociada a casos de licantropía.
Lady Cri Cri contra el Hombre Lobo: las vueltas de la vida.
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