Los errores estratégicos antes señalados se amplificaron por numerosos y concomitantes errores tácticos políticos y militares. Había, en líneas generales, una suerte de sobrevaloración del puesto de la Argentina en el mundo, en el llamado Occidente e, incluso, en Latinoamérica. No éramos tan importantes como suponíamos, ni el "Occidente cristiano" nos consideraba imprescindibles hasta el punto de perdonarnos una salida de tono. Y utilizo a designio el plural, porque esta creencia de nuestras clases dirigentes permeaba, volens nolens, nuestras reacciones colectivas. No habíamos tenido en cuenta, al parecer, que al enfrentar a la Gran Bretaña emprendíamos una confrontación con la OTAN y, de reflejo, con la UE. Por otra parte, en plena guerra fría, cuál sería el alineamiento final de los EE.UU. podía descontarse. Por unos servicios "por izquierda" prestados en los conflictos intestinos centroamericanos, no iban a malquistarse con su principal aliado atlantista, en plena guerra fría. Y la idea de que este marco podía abstraerse resultaba absurda. Por otra parte, los hombres que se suponía más lúcidos entonces en materia de política exterior, como Costa Méndez o Camilión, descontaban que no iba a producirse una réplica armada de la Gran Bretaña. Error casi infantil. Sobre todo, se desconocía la energía decisionista del líder político que se tenía enfrente: Margaret Thatcher. Por otra parte, el desguace de la Royal Navy o de buena parte de ella, con el que contaron algunos de nuestros seudo estrategas, era todavía proyecto, y no realidad.
Echarle la culpa de todo a la dictadura militar y a la temulencia de Galtieri resulta bueno para aliviar de culpa el ego nacional, pero no resulta del todo justo, aun con razones a favor. La guerra no es un invento de las dictaduras, sino un recurso político extremo al que puede echar mano cualquier régimen, incluidas las democracias, que nunca lo excluyeron e, incluso, como en el caso de la Grecia clásica, abusaron de él. Que aquí se erró en utilizarlo y que, claramente, no era ultima ratio, me parece evidente. Además, le dio a la Gran Bretaña y a los EE.UU. un plus argumental: de últimas, luchaban contra militares torvos que violaban masivamente los derechos humanos. Los comandantes de la dictadura que entonces gobernaban con Galtieri a la cabeza nunca pudieron explicar la elección de la oportunidad, el kairos, que presidió la elección del momento para la recuperación de las islas. De hecho, desde el mes de enero de 1982 trascendían versiones sobre una eventual acción militar que perforase aquel "manto de neblina". Jesús Iglesias Rouco publicó en "La Prensa", por entonces, algunos artículos al respecto, bastante explícitos, como me enteré luego (estaba en ese momento en Europa). A poco de llegar, presencié -y debí darle corriendo el esquinazo a la policía y a los gases- la movilización de la CGT del 30 de marzo a Plaza de Mayo. la creencia de que la "Operación Santísimo Rosario" del 2 de abril fue una respuesta a aquella protesta resulta errónea, ya que un ataque de esa envergadura no se improvisa y tres días antes ya debía estar en fase de no retorno. Por otra parte, ya se había producido el incidente de las Georgias del Sur -el izamiento en el terreno de una bandera nacional por parte de presuntos operarios de un tal Davidoff que procedían al retiro de materiales en desuso de una base científica, episodio calculado que llamé más tarde "el caso del chatarrero patriota", que fue el punto inicial del proceso que culminaría con la rendición del 14 de junio.
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