El Delegates Dining Room de la ONU, en Nueva York, es uno de los mejores restaurantes de la ciudad, con vista al East River y panorama insuperable de Queens. La carta es interesante; el catálogo de vinos, suficientemente onusino, registra variedades de los cuarenta países productores en el mundo; los platos resultan agradables. Más agradable aún el precio: una cena está en los 34 usd. Si nos invita alguien que trabaje allí, puede -pecado muy satisfactorio en la Gran Manzana- estacionar en infracción sin pagar multa, ya que el status diplomático del dependiente permite ignorarlas.
Ineficiencia, burocracia asfixiante, corrupción, todo se encuentra en el Gran Palacio Vitrado. Los sueldos son excelentes, aproximadamente el doble de lo que en el resto de la ciudad cobraría alguien que cumpliese las mismas tareas: un experto en computación recibe 111.000 usd anuales, contra 41.000 que e perciben por lo mismo en las calles. El asistente del secretario general embolsa 190.000 usd, mientras el alcalde de Nueva York recibe por derecha 130.000. Lo mejor del caso, tax free.
Otras lindezas pueden hallarse en un trabajo de dos economistas de Harvard, Ilyana Kuziemko y Eric Werker -"How much is a seat on the Security Council Worth? Foreign Aid and Brivery at the UN", Journal of Political Economy, 2006", rastreable en Internet. Explican allí que los países que aspiran a obtener un asiento no permanente en el Consejo de Seguridad lo hacen no tanto por su breve influencia en la esfera mundial, sino por los beneficios colaterales que perciben por la función. En puridad, la función más importante desempeñada hasta ahora por la ONU es la ocupacional. El primer y excelente ocupado es Ban ki-Moon, el surcoreano secretario general. Al comienzo de su gestión, la hagiografía onusina lo presentó como un bridge builder, alguien que tiende puentes -¿pontifex?-; poco más tarde lo comenzaron a llamar, como en su país de origen, Ban-Chusa, el superburócrata, cuyo rasgo más definido es no definirse en nada y cuyo más alto grado de heroicidad fue marchar en Nueva York junto a Al Gore, contra el calentamiento global: como diría el Martín Fierro, ahora en venta en el shop onusino: "hagámosle cara fiera/a los males, compañero". No desentona, sin embargo, respecto de sus antecesores: Trygve Halvdan Lie, sueco, como Dag Hammarskjöld, un aristócrata llamado en el Palacio de Vidrio mister "H"; el birmano U Thant, seguido por el austríaco Kurt Waldheim, que había combatido junto al Tercer Reich, seguido del peruano Javier Pérez de Cuéllar, que se desempeñó durante la guerra de Malvinas, cuando Fernando Belaúnde Terry intentó una gestión pacificadora. Lo continuó una suerte de momia egipcia, Boutros Boutros-Ghali, seguido por el antecesor de Ban-Chusa, el ghanés Kofi Annan casado con una sueca, con muchas denuncias cajoneadas acerca de corrupción. Lista de un papado laico, elenco de la inutilidad de la ONU, la más grande burocracia del mundo, que un periodista de Chicago llamó "un jet set humanitario". No insistiré con UNICEF ni con la Corte Internacional de Justicia de La Haya, un hermoso retiro forense con pocas causas a tratar (se ha agregado ahora el contencioso boliviano-chileno) y otras covachuelas bien pagadas.
El papa Francisco elogió el aparato onusino, aunque con reservas sobre los miembros permanente del Consejo de Seguridad, y Shakira cantó para el papa Francisco, con el aplauso de Ban-Chusa. Setenta años de la ONU, y continuaremos siendo como somos, animales culturales bastante peligrosos que saben construirse algunos refugios afortunados, mientras el mundo de los hombres tenga días.
Pirulos: años. en jerga rioplatense
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