Foto de Max Scheler alrededor de los treinta y cinco. Tirando a estatura media, contextura
cuadrada, cabeza erguida y atenta. Hombre de pensamiento y de mundo, de bibliotecas y también de cafés
y cabarets: mujeres, cigarros, copas.
Y una rapidez para colocar sus impresiones de la vida en categorías
profundas de pensamiento que algunos, desde su filosofícula de profesores de
filosofía tacharon de superficial.
Católico buena parte de su vida, el retrato es de una época muy especial,
cuando, frecuentado una abadía benedictina, se ha reconvertido al catolicismo y
está punto, si no lo ha hecho ya, de casarse con Märit Furtwängler, hermana del
gran director wagneriano. Es el año 1916 y pronuncia una conferencia en Munich sobre
las ideas de nacionalidad en las naciones más importantes. “Alemania –dice allí-
con su manía obsesiva por el trabajo ha expulsado a los demás países de sus
paraísos. Los vecinos al este no quieren otra cosa que soñar, meditar,
palpitar, rezar y, de tanto en tanto, tomarse una copita de aguardiente. Los
ingleses, en cambio, se dedican al comercio, en la medida de dejar de trabajar
el viernes y dedicarse luego a los deportes. En fin, están los franceses que
sus notorios recursos financieros los usan, vista su poca disponibilidad
a tener hijos, sobre todo para gozar del lujo y el ocio, y jubilarse después de
veinte o treinta años de trabajo”. Manía obsesiva por el trabajo, Arbeitswut. Al tiempo que Scheler expresaba estas ideas,
su compatriota Ernst Jünger, en los campos de batalla de la Primera Guerra, iba
concibiendo al trabajador, al Arbeiter,
como la figura del tiempo, así como hoy podría resultar la del desocupado
marginal. Scheler fincaba en aquella
manía una de los motivos de la animosidad entre los alemanes y sus vecinos. Algo
parecido se nota hoy, en las admoniciones de la Hausfrau Ángela Merkel a sus consocios de la Unión Europea,
especialmente a los países del arco mediterráneo, Grecia, Italia y España, con
aparente tendencia al dolce far niente.
La Arbeitswut
puede rastrearse en Lutero que ya enseñaba que quien trabaja no tiene tiempo
para pecar. Fue el monje quien marcó las
bases de un ethos alemán del trabajo,
entendiéndose aquí por ethos (en griego con épsilon inicial, no con
éta, que se refiere al carácter personal) el sistema de regla de preferencia de valores que
tiene un pueblo determinado, como
definía el propio Scheler. Lutero traducía en la Biblia “trabajo” con la
palabra alemana Beruf . A su vez, este vocablo significa también
vocación, llamamiento. El alemán está destinado a realizarse en el trabajo,
conforme la Revelación. Sólo quien trabaja puede otorgarse el reposo de la
tarde, que así se denomina literalmente la fiesta en alemán: Feier-abend.
Ethos rígido protestante, ethos católico
fiestero (que en diagonal va del Mediterráneo a la Mitteleuropa habsbúrgica),
retazos dionisíacos bajo el sol griego, difícilmente hilvanados en la UE cuyo
valor cumbre es el libre tránsito de los flujos financieros. Seguramente, como
cree mi amigo Alain de Benoist, otra Europa es posible.
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