SOBRE EL ARTE DE ROMPER LOS HUEVOS
El gran novelista rumano Panait Istrati, a finales de los años veinte del siglo pasado, comenzó muy tempranamente a criticar los métodos totalitarios de la URSS de Stalin[1]. Sus contemporáneos comunistas de estricta observancia como, por ejemplo, el bueno de Romain Rolland, la pluma “oficial” del PC Henri Barbusse o hasta su amigo Nikos Kazantzakis, le decían: “esto es pasajero; de últimas, para hacer una tortilla se necesita romper los huevos”. Istrati replicaba: “los huevos rotos los veo por todas partes. Pero ¿dónde está la tortilla?”. Su actitud a contracorriente le valió el destierro intelectual, la conspiración del silencio y el desprecio de los revolucionarios bien pensantes. Tener ideas contrarias a la corriente principal, al main stream de la progresía de cualquier tiempo, se paga con el propio cuero. Juan Gelman, con una parva obra literaria, puede ser Premio Cervantes por la dolorosa intercesión de un hijo y una nuera asesinados. Pero María Elena Walsh, extraordinaria maestra del idioma desde aquel lejano “Otoño Imperdonable”, fue arrojada a las tinieblas exteriores por haber criticado la “carpa blanca” y atreverse a decir que Carlos Menem no era el único villano de nuestra historia reciente.
Volvamos a Istrati. Su respuesta puede aplicarse al “Gran Showmatch Gran” en que se ha convertido una buena causa, como es la liberación de una ínfima parte de los prisioneros que las FARC colombianas mantienen en la selva. A la cabeza se ha puesto Chávez, un gárrulo de tierras calientes que parece, para seguir en los carriles de la literatura, un hijo póstumo del “Tirano Banderas” de Valle Inclán. Chávez se empecina en aparecer como un mediador. Pero un mediador, ante todo, debe ser un tercero imparcial. Y nuestro teniente coronel es un aliado de las FARC (que le entregan los secuestrados “en desagravio”). Secuestren las FARC en sus operativos de “pesca milagrosa”, que el Comandante Hugo te devuelve al prisionero ante las cámaras, parecen decirnos los organizadores de este ejercicio tinelliano. El “liberando por un sueño” cuenta con una presencia de lujo, la de Sarkozy. El pequeño gran Sarko, maestro de la política espectáculo, dejando por un ratito de que Carla Bruni le cante en la oreja, consigue un episodio típico del gran relato con el que los europeos creen entender a los latinoamericanos: el buen salvaje revolucionario lagrimea un poco y afloja el abrazo sobre la presa cuando el culto francés sabe tocarle su íntima fibra libertaria. Nosotros, que pudimos poner el know how de Marcelo Tinelli al servicio de esta buena obra (Olivier Stone le roba cámara), mandamos a nuestro ex, un simple comparsa. Para los organizadores de “liberando por un sueño”, como ocurre en cualquier Showmatch que se respete, lo importante no es la vida de los rescatados sino aparecer en televisión y, sobre todo, humillar al gobierno y al pueblo de Colombia, el tercero sufriente en la obra. En otras palabras, la cháchara bolivariana, de unión continental y socialismo liberador siglo XXI, se reduce a la capacidad de hacer trizas cualquier concordia posible entre los cachorros del ibérico león, sea en Perú, en Ecuador, en Bolivia, en la Argentina, en el Uruguay o en Colombia. Por las armas o por las valijas, por la fuerza o por los dólares. Y siempre en un reality sin fin. Recordando a Istrati, cualquiera puede romper los huevos: hasta un ex paracaidista de Sabaneta o un ex intendente de Río Gallegos. Un guacamayo o un pingüino. Lo que no aparece por ningún lado es la tortilla.-
[1] ) Véase “Confesión para Vencidos”, de 1929. Junto con Víctor Serge, sería, al precio arriba señalado, uno de los primeros denunciantes del stalinismo. Más tarde, se les uniría Arthur Koestler.
El gran novelista rumano Panait Istrati, a finales de los años veinte del siglo pasado, comenzó muy tempranamente a criticar los métodos totalitarios de la URSS de Stalin[1]. Sus contemporáneos comunistas de estricta observancia como, por ejemplo, el bueno de Romain Rolland, la pluma “oficial” del PC Henri Barbusse o hasta su amigo Nikos Kazantzakis, le decían: “esto es pasajero; de últimas, para hacer una tortilla se necesita romper los huevos”. Istrati replicaba: “los huevos rotos los veo por todas partes. Pero ¿dónde está la tortilla?”. Su actitud a contracorriente le valió el destierro intelectual, la conspiración del silencio y el desprecio de los revolucionarios bien pensantes. Tener ideas contrarias a la corriente principal, al main stream de la progresía de cualquier tiempo, se paga con el propio cuero. Juan Gelman, con una parva obra literaria, puede ser Premio Cervantes por la dolorosa intercesión de un hijo y una nuera asesinados. Pero María Elena Walsh, extraordinaria maestra del idioma desde aquel lejano “Otoño Imperdonable”, fue arrojada a las tinieblas exteriores por haber criticado la “carpa blanca” y atreverse a decir que Carlos Menem no era el único villano de nuestra historia reciente.
Volvamos a Istrati. Su respuesta puede aplicarse al “Gran Showmatch Gran” en que se ha convertido una buena causa, como es la liberación de una ínfima parte de los prisioneros que las FARC colombianas mantienen en la selva. A la cabeza se ha puesto Chávez, un gárrulo de tierras calientes que parece, para seguir en los carriles de la literatura, un hijo póstumo del “Tirano Banderas” de Valle Inclán. Chávez se empecina en aparecer como un mediador. Pero un mediador, ante todo, debe ser un tercero imparcial. Y nuestro teniente coronel es un aliado de las FARC (que le entregan los secuestrados “en desagravio”). Secuestren las FARC en sus operativos de “pesca milagrosa”, que el Comandante Hugo te devuelve al prisionero ante las cámaras, parecen decirnos los organizadores de este ejercicio tinelliano. El “liberando por un sueño” cuenta con una presencia de lujo, la de Sarkozy. El pequeño gran Sarko, maestro de la política espectáculo, dejando por un ratito de que Carla Bruni le cante en la oreja, consigue un episodio típico del gran relato con el que los europeos creen entender a los latinoamericanos: el buen salvaje revolucionario lagrimea un poco y afloja el abrazo sobre la presa cuando el culto francés sabe tocarle su íntima fibra libertaria. Nosotros, que pudimos poner el know how de Marcelo Tinelli al servicio de esta buena obra (Olivier Stone le roba cámara), mandamos a nuestro ex, un simple comparsa. Para los organizadores de “liberando por un sueño”, como ocurre en cualquier Showmatch que se respete, lo importante no es la vida de los rescatados sino aparecer en televisión y, sobre todo, humillar al gobierno y al pueblo de Colombia, el tercero sufriente en la obra. En otras palabras, la cháchara bolivariana, de unión continental y socialismo liberador siglo XXI, se reduce a la capacidad de hacer trizas cualquier concordia posible entre los cachorros del ibérico león, sea en Perú, en Ecuador, en Bolivia, en la Argentina, en el Uruguay o en Colombia. Por las armas o por las valijas, por la fuerza o por los dólares. Y siempre en un reality sin fin. Recordando a Istrati, cualquiera puede romper los huevos: hasta un ex paracaidista de Sabaneta o un ex intendente de Río Gallegos. Un guacamayo o un pingüino. Lo que no aparece por ningún lado es la tortilla.-
[1] ) Véase “Confesión para Vencidos”, de 1929. Junto con Víctor Serge, sería, al precio arriba señalado, uno de los primeros denunciantes del stalinismo. Más tarde, se les uniría Arthur Koestler.
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