El diálogo interreligioso y el ecumenismo son inventos cristianos posconciliares, en los que las otras dos religiones del Libro, más consistentes en ese punto, no creen. Pero lo aprovechan, como haría cualquiera en su lugar. Lo que puede y debe haber entre las religiones, para evitar la guerra a muerte entre ellas, es la mediación política, en el plano del logos, de la razón práctica y política, a través de los gobiernos. Lo otro no cierra porque, por más que se quiera, Yavé, Cristo y Allah no son el mismo Dios. Harold Bloom lo ha reiterado últimamente con gran claridad. Creo el papa Ratzinger apunta para ese lado, pero tropezará con una guerrilla interna de purpurados muy dura de soportar. El odium theologicum es uno de los más cabezudos.
El ser o no católico es una elección individual. La Iglesia es una dimensión institucional. El católico y la Iglesia son, pues, dos realidades diversas que están en tensión -lo que no quiere decir que resulten contradictorias. El Vaticano tiene hoy una gran presencia en los media, pero no tiene igual influencia en la conciencia individual de sus pastoreados ni, tampoco, en el plano del poder. No veo cómo esto pueda resolverse a corto plazo.
La justicia, decía Esquilo y repetía mi querida Simone Weil, es una diosa que rehuye los altares de los vencedores.
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