miércoles, enero 28, 2004

DELLA MONETA

En cincuenta y ocho años de vida he visto nacer y morir cuatro signos monetarios. Vine al mundo con el peso moneda nacional, que duró de 1899 a 1969. En 1970 se nos impuso el peso ley 18188, que duró hasta 1983. De 1983 a 1985 tuvimos el efímero peso argentino y así llegamos al austral, que sobrevivió apenas a la hiperinflación de 1989 y murió en la de 1991, siendo sustituído por el peso actual. Nuestros gobernantes, en la Argentina, se han especializado en pulverizar monedas. Siendo la moneda el bien social por excelencia, cada muerte de un signo monetario representa el sacrificio de una sociedad. La desvalorización de la moneda romana, que tomó tres siglos, y las falsificaciones de la moneda en la Edad Media, a que tan afecto fue, por ejemplo, el rey francés Felipe el Hermoso, son juego de niños al lado de nuestros experimentos con el dinero. Naturalmente, los gobiernos han podido proceder de esta manera porque, como sociedad, lo hemos permitido, aceptado y soportado. Las bravatas con que solemos acusar a los poderes forasteros como causantes exclusivos de nuestros males, deberían ser matizadas con un honesto examen de conciencia a través del cual no tendremos otro remedio que advertir nuestra inmensa inmadurez. Gente que no puede manejar su propia moneda, porque acaba siempre destruyéndola, no parece capaz de asumir autonómicamente su destino.